Regreso al futuro

 

Pese a tomar como base inspiracional y narrativa la novela autobiográfica Regreso a Reims, escrita por Didier Eribon, el título original de esta muestra de cine ensayo dirigida por Jean-Gabriel Périot, Retour à Reims [Fragments], ya anuncia que la traslación a la pantalla de aquellas páginas se ha llevado a cabo de forma parcial. Y es que el título Retour à Reims [Fragments] sirve de declaración de principios por parte de su máximo responsable. Una declaración que no solo refuta la condición de adaptación de la película, confesamente selectiva respecto al original literario, si no su propia construcción como documental. Porque a pesar de la nostalgia latente en su argumento sobre una izquierda política que siempre fue mejor y más comprometida a ojos propios y extraños, Regreso a Reims no resulta una película amable con sus referentes familiares, políticos o cinematográficos, ni tampoco un documental al uso. Regreso a Reims es, como indica el paréntesis que cierra su título original, una película hecha de fragmentos, algunos al parecer extraídos directamente de la novela, otros de un ingente archivo fílmico y audiovisual que componen el grueso de su dinámico montaje, cimentado en un punto de partida paradójicamente arquetípico dentro del cine social y/o de denuncia más convencional, pero que no tarda en alzar el vuelo en sus propios términos.

A grandes rasgos, Regreso a Reims parte del retorno de una mujer a su Reims natal, tras años de ausencia, para rencontrarse con su madre, enferma tras haber enviudado de su esposo, que a su vez fue el causante de que la protagonista abandonara el hogar familiar. Su regreso es el detonante para que la joven recapitule sobre su herencia ideológica, obrera y feminista, inicialmente legada por su abuela y continuada por su madre, abarcando, desde una perspectiva eminentemente personal, el desarrollo del movimiento obrero francés desde mediados del siglo XX hasta la actualidad. Para hacerlo, Périot construye la práctica totalidad de su película con incontables imágenes de archivo y los más variopintos formatos. Documentales en 16mm, fragmentos de ficciones cinematográficas o, a medida que la película se adentra en los años de la llamada sociedad de la información, imágenes televisivas y/o digitales, son las piezas que conforman esta película polifónica en sus fuentes, pero dotada de un sólido sentido gracias a la voz en off (la de la actriz Adèle Haenel) de la protagonista, físicamente ausente, convertida en narradora omnisciente.

Bajo el punto de vista de esta narradora, vector fundamental que filtra e interpreta todas las imágenes de archivo, el filme de Périot dispara en todas direcciones, dejando un saldo cuyo interés reside en un logrado equilibrio entre el recelo y la esperanza, entre la controversia para con la tradición y la necesidad de zafarse de los prejuicios que ésta conlleva para intentar entender y vivir la realidad desde una mirada más limpia. Desde aquí, y con no pocas entrevistas a afectados y afectadas, la película carga contra la alienación que sufren los trabajadores del sector industrial y la brutalidad de la explotación que los deshumaniza, contra un sistema educativo insuficiente a todas luces y que perpetúa, si no agudiza, las desigualdades de clase de su alumnado en sus posibilidades laborales y humanas, y, a modo de visible telón de fondo, también contra una izquierda política progresivamente incapaz de estar a la altura de sus de las expectativas que genera hasta el punto de convertirse en el huevo de la serpiente de la actual ultraderecha. No obstante, esta enmienda a la totalidad, afortunadamente llena de claroscuros que evitan que se precipite en la demagogia, no logra escapar de una cierta sensación de dispersión provocada por un metraje demasiado reducido como para satisfacer la totalidad de sus holgadas ambiciones. Un efecto que se ve relativamente paliado por la condición de collage audiovisual del filme, y que lo convierte en una visión férreamente subjetiva -y por tanto, limitada- que justifica narrativamente esa ocasional falta de profundidad (que no de puntería), además de una estimulante ambigüedad simultáneamente capaz de generar un productivo debate como de caer, al menos para los espectadores poco versados en la materia, en un cierto simplismo en sus argumentaciones.

En todo caso, y para establecer su interesante discurso, Regreso a Reims se divide en dos mitades bien diferenciadas que parecen dialogar entre sí para generar una serie de paralelismos que, si bien pueden resultar cuestionables, no por ello resultan menos interesantes, menos incómodos. Cada una de las dos mitades de la película se encuentra a su vez subdividida en diferentes movimientos destinados a ilustrar, primero, un bosquejo, lleno de luces y de más sombras, de las condiciones de vida y lucha de la clase obrera francesa y, segundo, cómo el fracaso de la izquierda política para articular lo anterior ha dado paso a una inquietante nebulosa sociopolítica en la que la ultraderecha y el neonazismo parecen haberse convertido en alternativas factibles para saciar el descontento social de la clase trabajadora francesa. Una nebulosa que, en otra interesante pincelada que no llega a desarrollarse va de la mano de una mayor presencia, casi absoluta al final de la película, de imágenes televisivas y digitales en detrimento de las cinematográficas. Estas últimas parecen pertenecer a un pasado más o menos oficial y fuertemente codificado en sus símbolos, el de la izquierda francesa que se solapó durante años con el movimiento obrero que le votó mayoritariamente, que se resquebraja en su unidad ante los incontables discursos audiovisuales, propios de la sociedad de la información cuya aparición en la película coincide, casualidad o no, con el primer auge de la ultraderecha en la arena política francesa, a costa del socialismo y el comunismo. Pero eso no es todo: ya desde su inicio, y como el pegamento que une todos los componentes de Regreso a Reims, el filme de Périot se plantea, como se comentaba líneas atrás, a modo de investigación personal, narrada en off y en femenino, elaborada desde la conciencia de la injusta posición de ninguneo sufrida por la mujer a manos de todo el espectro político francés, de izquierda a derecha.

Una postura que no es gratuita, y menos aún si tenemos en cuenta que el narrador de la novela original era un hombre -el propio Eribon, que por otra parte sufrió en sus carnes la homofobia del machismo heterosexual de todos los colores políticos como también lo es el director de la película. La opción de dar voz a una mujer como narradora del filme no solo impregna de un sentido determinado, feminista y denunciatorio, las cuantiosas imágenes de archivo que construyen Regreso a Reims; también imposibilita una mirada nostálgica o elegiaca sobre la lucha obrera de principios de siglo y sobre las vidas de los (y las) que la hicieron posible. De un plumazo, Périot barre así uno de los mantras más acusados de la izquierda romántica y de una parte de llamado cine social: la presunta existencia de un pasado edénico, que ha petrificado en la nostalgia, cuando no en el quejismo, a no pocas propuestas del cine de denuncia que partían de las mejores intenciones políticas y morales. Al contrario, el director pone la lupa en la actualidad, desvelando que su interés no está con el izquierdismo político desde la que se articula su mirada cinematográfica, si no con la clase obrera que se valió de este lado del espectro político para construir su identidad durante décadas. Lo que se revela de forma harto agria en su descripción, menos elaborada de lo que habría sido deseable, del racismo latente de al menos una parte de la clase obrera francesa retratada en la película y también de la izquierda política, cuya inoperancia para dar respuesta a las necesidades del grueso de sus votantes acabó por hundirla electoralmente, dando alas a nuevas y socialmente nocivas formas de identidad de clase, impensables hasta la década de los ochenta.

De esta forma, la película se adentra en un terreno tan estimulante como, quizás por eso, volátil y hasta inquietante, ganando en interés. De la lucha obrera capitaneada y parcialmente esclerotizada por la izquierda política a lo largo de la segunda mitad del siglo XX se pasa, finalmente, a los chalecos amarillos cuya presencia ejercía de galvanizador para los jóvenes protagonistas del anterior trabajo del director, la interesante Nuestras derrotas (2019). Lo ambiguamente esperanzado de su conclusión para con un movimiento de protesta tan cuestionable como aquel puede hacer pensar que el filme de Périot está jugando con el fuego que parece propagarse bajo nuestros pies, pero se diría que es precisamente en estos momentos cuando la película juega a fondo sus bazas de cara a generar un debate tan incómodo como demasiado, ninguneado desde posturas políticas, morales y cinematográficas peligrosamente autocomplacientes.

 

Edouardo Martinez
Mutaciones
15 de junio 2022
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